Feng destinó la tarde siguiente a leer los poemas de Siao. A la noche
anunció que tenía una respuesta. El consejero imperial se reunió con él en las
habitaciones del poeta asesinado. Feng se sentó frente a la hoja de bambú y
completó el ideograma que había comenzado a trazar Siao.
—"Cometa en llamas" —leyó el consejero—. ¿La visión de la
cometa le hizo a Siao recuperar la inspiración?
—Siao trabajaba a partir de aquello que lo sorprendía. El momento en que
se detiene el rumor de las cigarras, la visión de una estatua dorada entre la
niebla, una mariposa atrapada por la llama. De estas cosas se alimentaba su
poesía. Aquí en el palacio, ya nada lo invitaba a escribir: por eso su pincel
nuevo estaba sin usar desde hacía meses. Ding puso allí el veneno, y con la
suficiente anticipación como para que nadie sospechara de él. Sabía que Siao,
como todos los que usan pinceles de pelo de mono, se lo llevaría a la boca al
usarlo por primera vez, para ablandarlo. Los restos del veneno se disolvieron
en la tinta. Esa fue una de las armas de Ding.
—Imagino que la otra fue la cometa —dijo el consejero.
—Ding sabía que al ver algo tan extraño como una cometa en llamas, la
inspiración volvería al viejo Siao.
Feng tomó el pincel de pelo de mono y escribió:
Una cometa en llamas sube al cielo negro.
Brilla un momento y se apaga.
Así la injusta fama del mediocre Ding.
—Mis dotes como poeta son pobres, pero acaso no esté tan alejado del
tema que hubiera elegido Siao —Feng limpió con cuidado el pincel—. Como poeta
Ding rechaza toda regla, pero como asesino acepta las simetrías. Para matar a
un poeta eligió la poesía.
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